martes, 9 de octubre de 2012

HACIA LA CLOWNIZACIÓN DE LA EDUCACIÓN

Claudio Pueller Barría
(Presentación en el CLOWNSTRO 2003, 2º Encuentro de Clown.
Centro de Extensión de Balmaceda Arte Joven)

(Merlín Pueller, 6 años)
“El niño ama el ritmo hasta un punto que no sabemos los maestros, lo sigue cantando con el cuerpo, lo baila en el patio, lo bracea, lo pernea, lo cabecea. Y aun parece más niño cuando juega así, y es cierto que es más niño, porque se da enterito, como la marea, o como el viento, a la respiración de la naturaleza. (…)
El niño es quien mejor huele lo mortecino y tira lo empalado y se fastidia con lo vivo a medias. Viene saliendo de la fragua de los fuegos primordiales y se da mejor cuenta que nadie cuando le dan lagartija o pájaro de trapo. El va derecho a lo caliente, lo ágil, y ningún mañoso lo convence con el monigote o el pelele; todos sus sentidos, que parecen pájaros de alertas, saben de un golpe, al tocar, o al oír, o al ver, si aquello que le dan es pasto fresco. (…)
Al niño le pertenece, y él lo sabe, todo cuanto va corriendo vivo por el lomo del mundo: luz, agua y palabra cantada o cantable”.
(Gabriela Mistral, De la conferencia “Poesía Infantil y Folklore”, pronunciada en Madrid en 1935).

Hablar de Educación hoy día, para muchos de quienes nos dedicamos a enseñar, es hablar de nuestras preocupaciones por este mundo roto, adolorido, en el cual despertamos cada mañana con la clara conciencia de no estar haciendo la tarea con la fidelidad con que algunas veces dibujamos nuestros sueños.

Suele decirse que la meta de la tarea educativa es crear personas saludables, ajustadas y sociables, felices en sus relaciones interpersonales, entrenadas en las destrezas y habilidades básicas para convivir en sociedad.

Pero hay ciertos datos que ponen en duda el cumplimiento de estos objetivos; algunas estadísticas indican que un cuarto de los hogares chilenos no hay libros y que solamente el 31% de la población lee. Menos de los estudiantes que quisiéramos, acceden a la práctica y el disfrute de expresiones artísticas y con suerte practica deporte en forma permanente.

De esta forma es duro reconocer que preparamos personas ciegas de sus potencialidades, activos negadores de su mundo interior, que no recuerdan la experiencia educativa como una oportunidad que les permitiera su expansión hacia conocimientos importantes que les fueran útiles para el futuro.

Como afirma la académica e investigadora María Teresa Pozzolli: “Los educadores, por negligencia, o sin darnos cuenta, estamos preparando depredadores de la naturaleza, personas que por haber sido victimizadas por la autoridad se adaptarán con facilidad a los modelos de control autoritario, y se volverán a sentir constreñidos, limitados en sus capacidades y opciones individuales, ausentes de experiencias de encuentro comunitario, y lejanos de las expresiones más solidarias y tolerantes de la diversidad.”
(María Jesús Pueller, 14 años)
Grupos de jóvenes, portadores de almas con vocación para participar de la fundación de una nueva ética se desvanecen en la niebla de un sistema que no los acoge en la complejidad de su existencia, y los transformamos en enfermos de la desesperanza a sucumbir a partir de nuevos tipos de marginación. En un tono de locura y algo de candidez, pienso: Santiago de Chile, octubre de 2003. Comandos de clown han arribando a puntos estratégicos de la ciudad. Comienzan sistemáticamente a esparcir su ideología en escuelas públicas, hospitales y recorridos de micro. De esta forma hacen caer a incautos deprimidos y desesperanzados. Su doctrina se sustenta en la provocación de las emociones, de los sentimientos, de las sensaciones y especialmente de la risa. Estos guerrilleros de la locura hacen reír con su visión de mundo y sus intentos de posarse por encima de los fracasos de los chilenos. Dicen ser los niños que llevamos dentro, que no tienen tabúes, que disfrutan jugando y que quieren ser como los adultos aunque nunca pueden conseguirlo. Buscan ser amados. Siempre intentando parecerse a los demás, pues creen que así los aceptarán y los amarán. Son como niños que quieren ser adultos. Quiero agradecer la invitación a este Clownstro. Aunque creo ser, (como alguna vez dijo Nicanor Parra) “...el más sospechoso de los invitados” por no practicar en forma profesional el arte del Clown. Pero quiero decirles que hablo en calidad de un padre de una personita de 5 años que corre por sus venas la sangre de un clown. Él tiene ingenuidad y la consigna básica del clown... ser natural. Esto me hace tener la certeza que el clown proviene de la exhaustiva observación de los niños. He aquí algunos ejemplos: - Los niños quieren ser amados por sus padres y en general por el mundo entero. Los clown quiere ser amado por el público. - Los niños quieren ser como los adultos y tratan de imitarlos. Los clown hacen lo mismo intentando mimetizarse con nuestros defectos. - Ambos son espontáneos y no tienen sentido del ridículo. - Los clown cómo los niños expresan sus emociones al límite y pueden pasar instantáneamente de un estado a otro. - Ambos son tremendamente curiosos y cualquier cosa puede sorprenderlos y alucinarlos. - Si les regalas un juguete carísimo pueden sacarlo de la caja, dejarlo a un lado, y pasarse horas jugando con la caja y el envoltorio; el mundo al revés. Podría también contarles algunas anécdotas acerca de Merlín, mi hijo-clown, que a temprana edad hizo, en forma natural, algunos gags clásicos, como cualquier otro niño. Como por ejemplo la “secuencia” de las naranjas. Mientras recogía una naranja se le caían las otras que llevaba en los brazos. Como dice el clown español Alex Navarro “El ser clown no se aprende porque está dentro de cada uno de nosotros, es tan solo cuestión de dejarlo salir, de soltar lo aprendido, de desprendernos de las murallas que hemos edificado para protegernos, de derrumbar las máscaras que nos hemos ido poniendo con los años y dejar aflorar al niño que todos llevamos dentro, abrir la puerta a la locura interna”. Podríamos decir que el clown tradicional trabaja con los arquetipos más universales como el tropezón y el “quiero y no puedo”; en cambio, el clown contemporáneo incluye más arquetipos psicológicos y juega más con las emociones del público, proponiendo también situaciones cotidianas con las que el público se identifica. Adentrándose, incluso, en el existencialismo más profundo del hombre actual. La mayoría de los verdaderos clown pueden ser buenos actores, pero para un actor será más difícil ser un buen clown. Esto es así porque el registro de un clown es muy diferente al de un actor. No interpreta lo que le pasa, lo vive y reacciona ante cualquier impulso externo. No está encerrado en un mundo de fantasía (para el clown no existe la cuarta pared como en el teatro convencional), vive en un mundo real que comparte con todos. Un clown no es un actor. Un clown es un clown. Un actor puede componer un personaje a partir de ciertas claves dadas por el director o por la obra que esté interpretando, aunque no tengan nada que ver con su propia personalidad. Pero el clown existe ya dentro de uno, es uno mismo. Un buen camino para iniciarse en la técnica del clown debería ser observarse, ver como te mueves, como reaccionas, que tics tienes y entonces llevarlos al límite y a la locura. En cierta forma el clown se basa en el propio ridículo. En todo caso hay clown y clown. No basta con maquillarse, ponerse un disfraz de ropa amplia de colores, una nariz y hacer muecas. Las sonrisas de plástico no sirven, deben de ser auténticas. Un verdadero clown es aquel que no actúa, sino que es, que no se esconde tras una máscara de maquillaje o una nariz. Para llegar a ser un verdadero clown hay que ser honesto, tener humor, saber asombrarse, tener una visión crítica de las cosas, mirar, ver, escuchar, estar atento, aprovechar todo lo que ocurre a su alrededor, tener intención y ser claro. No pensar sino accionar, invocar, evocar y provocar. Hacer cursos con buenos profesores puede ser de gran ayuda para encontrar nuestro propio clown, pero la técnica sin haber conseguido liberar tu clown es inútil. Un buen profesor te ayudará en una primera instancia a que tu clown salga y después, si es necesario, la técnica. Queridos clown que nos acompañan esta tarde, creo que es importante pensar que hoy cuando la consigna es el éxito instantáneo, el retoque y la formalidad, ser clown se transforma en subversión, en guerrilla en medio de la selva deshumanizada. Es penetrar en el alma de la sociedad herida, ayudándonos a acercarnos a la sanación que necesitamos. Por eso tiene sentido tomarse las escuelas públicas, los hospitales y los recorridos de micro. No es gratuito que otras disciplinas del quehacer humano como: la salud, la psicología y principalmente, la educación hayan acogido con regocijo al clown. La sala de teatro quedó obsoleta, ya nadie paga por verlos revolcarse en su ego personal. Son escenarios inimaginables los que necesitan de su ética. Porque el fuego humanizado debe estar en el centro de nuestros corazones es que necesitamos de ustedes para sanar nuestras heridas. 














Santiago, 4 de octubre de 2003.

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