REFLEXIÓN DE ALVARO PACULL L., ACTOR, LICENCIADO EN ESTÉTICA, DIPLOMADO DE DOCTORADO EN ESTUDIOS AVANZADOS EN LITERATURA ESPAÑOLA DEL DEPARTAMENTO DE FILOLOGÍA DE LA UNIVERSIDAD DE ALCALÁ, ESPAÑA Y MAGÍSTER EN COMUNICACIÓN APLICADA.
"Padres de octubre: una respetable propuesta para estos nuevos tiempos”
Hace ya muchos años en una conferencia en Casa de América de Madrid, pude escuchar la respuesta de un afamado Director Teatral argentino cuando le consultaron por qué algunos actores podían ser vistos en grandes y sublimes producciones y posteriormente en otros espectáculos teatrales o filmes de dudosa categoría. Su respuesta, fue elocuente y reveladora, dijo: “lo que ocurre es que un actor (actriz) que por diversas razones se ve impedido de actuar, siente que su vida vale una mierda y ello lo lleva a aceptar y realizar en ocasiones labores que no dan cuenta de su real potencial”. Sin duda que dicha explicación puede implicar más de un cuestionamiento, pero la verdad es que un actor o una actriz es movido a la escena por una necesidad vital, lo que puede justificar el enorme esfuerzo emocional que implica este tipo de despliegue profesional, muy relacionado en algunos aspectos al compromiso y la embriaguez chamánica.
Estos meses de pandemia, han impedido el ejercicio actoral convencional en las salas de teatro, lo que ha generado en muchos intérpretes una precariedad laboral económica significativa, pero también se ha generado una sensación "deprivativa" de naturaleza sicológica que es importante tener presente para entender la toma de decisiones profesionales de muchos y muchas representantes de la escena en cuanto a elaboración de proyectos nuevos vinculados con las tecnologías digitales, específicamente lo que hemos venido presenciando en la oferta de teatro virtual (a través de plataformas de videoconferencias) o derechamente en modalidad streaming.
Como consecuencia de esta nueva modalidad escénica, han surgido voces apocalípticas y otras integradas; algunos niegan todo valor al nuevo fenómeno y otros lo aceptan y valoran. La discusión ha estado en el tapete, algo que a nuestro juicio ya es importante a nivel disciplinar, sobretodo en un medio donde las discusiones intelectuales sobre el fenómeno teatral y sus implicaciones no son frecuentes.
Con todo, para estos afanes no deja de ser importante recordar que el teatro es una rama de las artes escénicas relacionada con la actuación. Implica representar o interpretar actoralmente historias frente a los espectadores en un espacio escénico en vivo, al que los espectadores acuden para vivir una experiencia de encuentro significativo que en algunos casos podemos vincular antropológicamente con el fenómeno ritual.
Siguiendo esa lógica, podemos desprender que las nuevas plataformas pueden cumplir sólo con ciertos aspectos de las mencionadas pretensiones, pero obviamente otras quedan al debe y exigirles propósitos similares a los del teatro puede ser ingenuo y analíticamente inconducente.
Debemos reconocer eso sí, una enorme ventana de oportunidades en los nuevos canales de comunicación actoral, tal como ocurrió con el cine, la televisión, el vídeo arte. Esto implica conocer profundamente las potencialidades expresivas de estas nuevas plataformas, explorar sus potencialidades e ir paulatinamente abriendo posibilidades estéticas a nuevos lenguajes que respondan a una interacción entre lo actoral y las especificidades de estos nuevos canales. Esto, sin duda, es un desafío en construcción.
Hace pocos días, referente a lo mismo, el respetado crítico nacional Agustín Letelier nos decía: “El teatro por Zoom fue al comienzo muy elemental, caras pegadas al computador y textos muy básicos. Paulatinamente se han introducido técnicas de iluminación, diferentes puntos de vista y textos más complejos. Había antecedentes, pero la situación actual es de uso masivo. Estamos todavía en las primeras etapas, pienso que seguirá perfeccionándose y por su capacidad para llegar a más personas y lugares, permanecerá. Ahora, mejor aún será volver a las salas de teatro y que actores y público nos reencontremos” (El Mercurio; Artes y Letras, 4 de octubre 2020, página E4)
Desde el mes de mayo del presente año hemos tenido la oportunidad de ver varios trabajos de actores nacionales y extranjeros bajo los imperativos de esta nueva modalidad, algunos inspirados en temas relevantes otros de alcance menos destacable; algunos con esbozos exploratorios meritorios e indagación de lenguaje valorable. Hemos visto intentos expresivos inspirados en lo que David Mamet llamaría la capacidad de locura transformadora del fenómeno cultural emanada de los agentes del teatro de arte y otras sin más aspiración que pretender hacer pasar un buen rato de entretenimiento a una audiencia que paga gustosa por disfrutar de un divertimento con diversos grados de logro.
Dentro de las propuestas enmarcadas en el espíritu de indagación artística, traemos a colación la obra “Padres de Octubre”, autoría de Remigio Remedy y con las actuaciones de Cristián Aros, Pamela Villalba, Remigio Remedy y bajo la dirección general de Claudio Pueller.
En lo específico la historia nos muestra al matrimonio de Carlos y Sofía, una pareja de clase media emergente, los que figuran confinados por largos meses en su hogar debido a la actual pandemia, situación en extremo tensional que los lleva a replantearse su desgastada relación de pareja. Así vemos cómo van saliendo a la luz problemas familiares, ideológicos y valóricos, los que se agudizan por la presencia de su hija, una peculiar muchacha auto encerrada en su habitación y que pasa las horas jugando videojuegos, como también a la participación apasionada del hijo en las manifestaciones sociales callejeras que demandan alimentación y trabajo para los sectores menos favorecidos del sistema, en momentos de crisis sanitaria y social.
Lo descrito presenta un vínculo ineludible con el constructo sociocultural de la sociedad chilena post dictadura y de una forma u otra nos manifiesta una opinión respecto a los resultados identitarios alcanzados en una sociedad de naturaleza individualista y muy enmarcada por supuestos de convivencia emanados del modelo neoliberal avalado y desarrollado en las décadas recientes por los grupos hegemónicos del poder político y empresarial.
Así percibimos que Carlos, metafóricamente, representa al individuo que ha traicionado sus antiguos valores y principios, ha cambiado sus creencias seducido por un relato oficial que le ha prometido acceso material a bienes otrora impensados, pero a cambio le ha exigido el abandono de todo sueño colectivo, como también la renuncia a ver más allá de sus intereses particulares. Sofía, cuyo nombre no pensamos casual, nos ofrece un contrapunto moral; es la persona que a nivel de discurso –al menos- ha mantenido a resguardo valores de su pasado, cuenta con cierta lucidez para entender el peso de las acciones negativas que han transformado a su familia y por qué no al país, pero como muchos a cedido espacio y ha sido cómplice pasiva de situaciones que la dañan en lo personal y lo social. En ese contexto, constatamos que la renuncia y el abandono de la dimensión humana ha afectado y dañado a estos individuos, los que podemos vislumbrar como víctimas de un modelo impropio al que uno (Carlos) ha querido adherir y la otra (Sofía) ha tolerado a cambio de una estabilidad precaria y artificial. Pero dicho daño también ha tenido repercusiones más allá de la pareja y por ello podemos entender el personaje de la hija autoexiliada en su habitación y alienada con los videojuegos como una víctima de unas relaciones familiares y sociales tóxicas, la que ha preferido aislarse de un mundo donde las interacciones reales están mediadas por el cinismo y el oportunismo. En ese sentido, podría entenderse que la conducta de esta hija es optar por un tipo de comunicación condicionada por la funcionalidad de la virtualidad y protegida por la distancia física. En ese espacio habitado por personajes dañados psicológicamente, la figura del hijo es una tabla de salvación, una posibilidad de conciencia y de cuestionamiento frente a la realidad que rodea, inunda y perjudica. Este muchacho representa la luz al final del túnel, la esperanza de un mundo más honesto, participativo, sano y con alguna posibilidad de futuro.
La puesta en escena virtual, explora un lenguaje audiovisual que pretende establecer nuevas formas de contacto con el público, lo que representa un avance respecto a otras propuestas generadas estos meses. La separación rotunda e intencionada de espacios visuales en los que se presentan los personajes del padre y la madre y su comunicación por vía celular es reflejo de ello y resignifica el tipo de relación que se pretende cuestionar, donde los temas importantes y que generan crisis nunca son tratados en un encuentro directo de persona a persona. La misma ausencia visual de la hija encerrada y su interacción para demandas funcionales con Carlos, nos adelanta un tipo de vínculo que opera como apariencia o simulacro, el que está condenado a colapsar ya sea por la violencia o la negación. Las mismas críticas del padre a su hijo por su postura y compromiso político o la admiración de la madre hacia ellas, operan desde la distancia física y visual y por tanto carecen fenomenológicamente del poder transformador que un diálogo directo podría permitirles.
En resumen, vemos una apuesta bien encausada estéticamente para dar cuenta de una realidad que nos afecta como cuerpo social, la que hemos intentado ocultar o soslayar y que este colectivo se ha dispuesto decididamente a tratar, retomando la senda de reflexión sociocultural que es propia de una voz teatral que denuncia y se compromete con las ideas. Como adelantamos al comienzo de estas páginas, estamos dando los primeros pasos en la indagación de estas nuevas modalidades de teatralización y por lo mismo quedan muchos aspectos que ir moldeando y perfeccionando a nivel de lenguaje escénico para este tipo de plataformas, lo que implica, entre muchos, desafíos en la articulación de códigos actorales, maneras de enfrentar propositivamente la cámara, y establecer relatos y ritmos según las particularidades que ofrece y limita el medio.
Acompañaron el proceso Sergio Cornejo, en la composición musical; Folil Pueller, en fotografía; Taña Brodsdky, en diseño gráfico; Sergio Sánchez, en montaje audiovisual. Se contó con el apoyo del Teatro del Puente.
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