REFLEXIÓN PSICOANALÍTICA SISTÉMICA DE LA PSICÓLOGA PAMELA BEROIZA
Mientras observo los comentarios sobre la obra “Padres de octubre” lo relaciono con algo que siempre les digo a mis pacientes cuando comienzan a desconocerse o a no sentirse identificados dentro de su propia familia o en sus relaciones de pareja: siempre es necesario volver al origen.
Creo que de un modo casi desesperado de entender cómo es que dos personas tan diferentes habían llegado a unirse y formar una familia, la pareja de la obra hace este mismo ejercicio. Es desde ahí donde logras la comprensión de lo que realmente sucede, cuando te das cuenta que los mismos intereses en común del ayer, se transforman en aquellas diferencias irreconciliables del presente. En la proyección, nada hace pensar que las cosas mejoren a futuro.
También me llama la atención la manera en que los dos hijos significan el contexto familiar en el que han crecido. Siendo criados por las mismas personas, ambos ven la vida de manera diferente. Eso me lleva a pensar en quién resultó ser la figura significativa dentro de la diada padre-madre, para cada uno de los hijos. El hijo desde un enfoque más humanista de ver la realidad, como la madre. La hija, por su parte, simbolizando la alienación y el consumo desmedido de las redes sociales, tal vez desde la mirada capitalista otorgada por el padre. Entonces aparece la siguiente conexión: el hijo proporciona a la madre, en la actualidad, la vivencia de ese hombre ideal que quedó en el pasado. La hija, si bien no utiliza otro canal de comunicación que no sea el mensaje de texto, ha desarrollado una dependecia del padre como proveedor, al que además maltrata.
De alguna manera al padre le resuena esa dependencia, tal vez respondiendo a esa misma idealización inicial de su mujer. El elemento del castigo no me parece menor, el padre recibe el castigo con resignación y hasta la justifica. Probablemente sienta que al fallar en no ser lo suficientemente exitoso, desde su propia cosmovisión, el castigo fuera de algún modo su redención. Lo que originalmente partió como una diada, pasa a configurar dos tríadas diferentes: la de la madre y el hijo, quedando como tercero excluido el padre, y la de del padre y la hija, quedando como tercero excluido la madre.
Entonces tenemos dos conflictos edípicos no resueltos, en su máximo esplendor. Dos padres que se devalúan entre ellos para validar a los hijos. Dos hijos que de algún modo han pasado a ser la representación idealizada en el presente, de lo que fueron sus padres en el pasado. Es desde ese escenario donde aún se necesitan y hasta se complementan, como una familia que aprendió a ser funcional dentro de su evidente disfuncionalidad.
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