martes, 9 de octubre de 2012

EL TEATRO Y LA INDUSTRIA DEL ENTRETENIMIENTO: carta a un amigo economista



Ponencia realizada en el coloquio “Arte y Mercado organizado por el Magíster en Artes con Mención en dirección Teatral de la Universidad de Chile, 2006. Encuentro inesperado... 

Hace unos días me encontré con Juan Jorquera, un ex-compañero del liceo con quien compartí toda mi enseñanza media. Con mucho orgullo me contó que venía llegando de hacer un master en economía en Estados Unidos y que había creado una exitosa empresa consultora junto a otros economistas. Me hizo notar su sorpresa al saber que yo me dedicaba a la creación y docencia artística. Con el tono de poseer el tesoro de la sabiduría me dijo: “... no entiendo como los teatreros chilenos teniendo tanto talento y creatividad no son capaces de realizar productos exitosos. 

Sería tan fácil hacer un estudio de mercado para indagar en las necesidades de un grupo etáreo, encontrar un tema que efectivamente responda a sus carencias, para crear un éxito teatral.” Efectivamente el asunto es sencillo para mi amigo porque no conoce la alquimia que hay tras el fenómeno teatral. Por esta razón quisiera hacerle algunas precisiones que considero importantes. 

Querido Juanito, cuando estamos frente a una representación teatral debemos aceptar y entender que esto se produce gracias a un proceso de creación que es desencadenado por la íntima realidad abstracta de la mente de un artista, por sensaciones y emociones que son producto de genuinos intereses y dinámicas de vida, y que luego, gracias a un acto mágico, cobra corporalidad en la realidad física del mundo transformado en objeto artístico. Puedo comprender el contrasentido que puede producir esto en tí, cuando tienes la convicción que la creación de una obra de arte tiene un proceso inverso, es decir, que un artista concibe una obra desde necesidades predeterminadas por el mundo exterior. Tu forma de razonar es extraña al arte porque es propia del funcionamiento del mercado, lugar de transacción de bienes de consumo, cuyo mecanismo regulador es el precio de compra y venta de dichos bienes y su valor no está precisamente en la interioridad de la vida humana. 

El mercado busca detectar nichos o espacios de necesidades existentes en la sociedad que revela carencias de algo que es denominado como producto. Se trata de determinar un algo material, que en este caso bien podría ser una obra teatral, que bajo tu lógica es posible inventar, diseñar, fabricar y vender de manera industrial con el propósito de que sea consumido por personas que la necesitan. Esta óptica, que pertenece a la esencia del libre mercado, no puede crear verdaderas obras de arte pues no respeta la naturaleza intrínseca del acto creador, que exige a la obra originarse espontáneamente en el fuero interno de un artista. 

Esta forma que tiene el mercado de concebir el proceso creativo, puede generar buenos productos comunicacionales, como por ejemplo series televisivas, que concitan, por cierto, una amplia audiencia pero que, en ningún caso, alcanzan el nivel de una obra de arte, porque su característica fundamental es permanecer atada a la realidad que demanda el cliente. Por cierto, las obras de arte son también objetos comunicacionales, en el sentido de que tienen en común con productos como las teleseries, los comerciales de televisión, o los video-clips, la capacidad de estimular la percepción en las personas y suscitar en ellas variados sentimientos y emociones comunicando algo. Pero la obra de arte en sí hace esto desde un plano más elevado y profundo, pues nace de preocupaciones que ponen al ser humano frente a temas trascendentes en conexión con trozos de vida, tal y como han sido experienciados y transformados por un artista. 

El contacto que se produce con las personas que reciben la obra se hace a través de un proceso de transformación del mundo real, creando nuevas realidades. En este acto maravilloso se comunica la posibilidad de un futuro que aún no existe y que luego tomará forma. Una de las características más importante de la creación artística es que se hace trascendente para el ser humano por ser un vehículo mediante el cual se puede alcanzar la inmortalidad. Efectivamente, el trabajo de los artistas cristalizados en sus obras, son objetos imperecederos nacidos de su imaginario, es decir de ideas puras en sus orígenes que son capaces de superar plenamente el ciclo de nacimiento, desarrollo y muerte que rigen la naturaleza de la especie humana. 

El fenómeno teatral, así como otras creaciones artísticas, está más allá de la vida y de la muerte. Es por eso que desde siempre el hombre ha hecho lo imposible por conservarlas dándole una trascendencia cultural que traspasa todas las épocas. Los productos comunicacionales por su parte, si bien también son nacidos de la imaginación humana y están fabricados con materiales que puede utilizar el arte, tienen como único propósito conmovernos para transformarnos en compradores y consumidores de determinados productos, que pueden ser, sin duda, bienes materiales necesarios y benéficos para nuestra vida. Una disciplina que usa de manera ejemplar este mecanismo comunicacional es la publicidad, que tiene la capacidad de crear, en nuestro inconsciente, necesidades que no siempre son vitales. Otro ejemplo notable es como los medios de comunicación, en el marco de las sociedades neoliberales, han instalado en nosotros la urgencia y legitimidad de organizar una cruzada mundial contra el terrorismo como una tarea patriótica e internacional para defender la libertad y la democracia occidental. 

La diferencia entre los productos comunicacionales y las obras de arte es que los primeros tienden a limitar nuestra libertad, en el sentido de que encadenan la imaginación humana a la realidad y le dan una dirección en un sentido establecido de antemano, y las segundas, las obras de arte, nos hacen más libres permitiéndonos ampliar nuestra capacidad de percepción de la vida y del mundo en general.Es por eso que siempre las dictaduras persiguen a los artistas de un modo u otro, dificultando al máximo su práctica en libertad, y en cambio favorecen la libre de producción y circulación de productos comunicacionales, porque les es más fácil controlarlos.

La cultura del entretenimiento La idea de considerar la obra de arte como producto comunicacional es lo que moviliza la cultura de entertainement o cultura de la entretención, que en su esencia cree hacer posible la creación de productos de arte a la medida de una necesidad, como puede ser una prenda de vestir o cualquier otro objeto de consumo. Esta industria trabaja con equipos multidisciplinarios que detectan científicamente nichos o espacios de necesidades en el campo de la creación artística, al igual que en otros campos del quehacer social, que revelan carencias o escasez de algo que será llenado por un producto. En concreto, la llamada industria del entertainement se propone producir objetos artísticos que no nacerán del imperativo fuero íntimo de un artista sino de la esencial del status quo. El nicho que busca esta industria, principalmente en países industrializados, a través del trabajo especializado de: técnicos en computación, comunicadores sociales, administradores, expertos en marketing, sicólogos y publicistas, está en la carencia que tiene el ser humano de entretención. 

Pero, estos profesionales, aunque trabajan con la imaginación, no son especialistas en creación artística, solo piensan en sus destinatarios como consumidores de entretenimiento, a quienes hay que darles emociones, para que lloren, rían, tiemblen de miedo, se deslumbren y sueñen, pero que nunca lo hagan de verdad. El único fin es hacerlos sentir que están vivos, más allá de la realidad. Lo importante es entretenerlos a toda costa porque estos consumidores están dispuestos a pagar por ello y este es el negocio. El ejemplo más a la mano es el de la industria cinematográfica y audiovisual norteamericana y japonesa, que ha desarrollado una gran competencia en creación de productos de consumo masivo, destinados a niños, jóvenes y adultos, copando más del 90 % del mercado del mundo occidental. 

Quisiera recordar el recorrido ejemplarizador que hizo aquella extraordinaria película inglesa “The Full Monty” (traducida en Chile como: “Todo por nada”); que narra la angustiosa situación de un grupo de cesantes, que circunstancia de la vida, después de un largo periplo de pudor y patetismo, realizan un número de desnudo en un club nocturno femenino. Esta obra llena de matices sociales y sugerentes, en un proceso de mutación dentro de la industria del entretenimiento criolla, transformó esta obra en una disminuida comedia liviana, sacándole todos aquellos ingredientes críticos e irónicos, en honor “de lo que el público necesita”. Nuestra televisión nutre su parrilla programática con productos, que cada día los chilenos consumimos tranquilamente. La característica de estos es que son desechables: se usan y luego se olvidan, pocas veces perdurar. 

A diferencia de las obras de arte que permanecen en el tiempo como portadoras de vida. En definitiva la industria del entretenimiento no es solo una inocente estrategia de mercado sino la ideología, que desde su liderazgo en el libre mercado irradia una postura ética que coloca en la última parte del eslabón de un proceso de mercado artístico, al espectador, subestimándolo no viéndolo como un ser pensante y autodeterminador de sus propios intereses, sino como un destinatario que necesita ser tratado con paternalismo y menoscabo: “Que el espectador solo quiere obras fáciles”, “que no hay que darle cosas complejas”, “ que solo el humor entretiene”, etc. Quiero aclarar que no se trata de promover la disyuntiva: arte versus humor y relajo, sino el respeto por los semejantes. Por eso afirmo que el arte tiene en su esencia un germen trasgresor porque amplía la mirada del ser humano abriéndola hacia nuevos horizontes, en cambio los productos comunicacionales, disfrazados de obras artísticas, tienden a mantener el statu quo, pues no plantean cuestionamiento alguno de la realidad, sino por el contrario comunican una visión estática e idealizada. Cambio de lenguaje Mi querido amigo, quiero que sepas que siento que tú, junto a tus colegas, y otros tecnócratas, han sido los culpables de haber hecho de Chile un laboratorio de entertainement transformando a nuestros jóvenes, entre mall´s, multicines y video-juegos, en consumidores de creaciones seudo-artísticas, para transformarlos en seres a-críticos, amorfos, empobrecidos y dispuestos a gastar el dinero que no tienen. 

Gracias a ustedes Chile hoy es un país “moderno” que ha adoptado un lenguaje ajeno con nuevas palabras, que desde, una equivocada postura de apertura y capacidad de superación ha provocado una mutación en nuestro comportamiento cotidiano. Por ejemplo: Los directores teatrales hemos descubierto que cuando hacemos una selección de actores, lo que realizamos realmente es un “casting”; a la salida de las funciones ya no se venden chapitas, monederos y llaveros sino que se hace “merchandising”; no hacemos descansos durante los ensayos sino “break”; se acabaron los calentamientos previo a las funciones porque ahora existen los “training”; cuando permanecemos tras del escenario ahora estamos en “backstage”; los boletos o entradas quedaron obsoletos, porque hoy se venden “tickets”: el productor del espectáculo se transformó de un día para otro en un “product-manager” e incluso hay advenedizos espectadores que comen “pop corn” durante las funciones. 

Los chilenos estamos completamente modernizados. ¿Será que lo traemos en la sangre?, ¿Será por eso que dicen que somos los ingleses de Latinoamérica? En fin, cuéntales a tus amigos que, sin embargo, aún quedan comunidades de locos insaciables, dispuestos a exigir el derecho al goce estético: del abrazo de un hijo, de una fruta jugosa, de un beso apasionado y de una representación teatral; espacios vivos y palpitantes que enriquecen al ser humano para hacer de este mundo algo más tolerante, diverso y justo. 

En todo caso te agradezco que me hayas permitido compartir contigo esta reflexión. 

Atentamente, Claudio Pueller Barría 


Antecedentes del expositor Claudio Pueller Barría, director teatral, actor, licenciado en estética y egresado como magíster en artes con mención en dirección teatral. Ha centrado su trabajo artístico en la búsqueda de lenguajes escénicos que permitan reflexionar acerca de la identidad de nuestro continente, en soportes plausibles y autogestionados. Permanentemente monta obras en circuitos no tradicionales (comunidades mapuches, centros de investigación y otros). Ha dirigido montajes en el teatro de la Universidad de Chile, Católica y compañías de teatro independiente, entre los que se destacan “El Herrero y la Muerte”, “La increíble historia de Pedro Urdemales”, “Tía Irene yo te amaba”, “El fantasma de Av. España”, “Marcelo y yo”, “Balada de la noche”. En los últimos años ha estado dedicado a realizar montajes operáticos no tradicionales. “Krá (La Luna), relato musical coreográfico de mito Selk’nam, que se estrenó en la Estación Mapocho junto la Escuela de Ballet del Teatro Municipal de Santiago a su vez dirigió las obras “Alsino, revelación de un destino alado” (Premio APES 2008) y “Guatón Romo: Un ángel caído” ambas puestas estrenadas en el Teatro Nacional Chileno y “El Cuerpo y la Maleta”, que se presentó en el Festival de Teatro Corporal de Sao Paulo. Becario de Fundación Andes año 2000 realizando la investigación teatral “Del asombro a lo inefable, de lo inefable a la expresión escénica”. En su actividad internacional ha realizado diversos montajes en el extranjero entre los que se destacan “Las brutas” de Juan Radrigán en Estocolmo, Suecia; “La aldea de Roberto”, en Madrid, España. Además ha participado en variados congresos y seminarios internacionales como: Seminario Internacional de Teatro y Educación celebrado en Hanoi, Vietnam; Congreso y Festival Internacional de Teatro y Danza Almagro 2000, Ciudad Real, España; Seminario “Teatro y Percepción” destinado a trabajar con la Compañía Teatral Moments Art, Valencia; Compañía de Teatro Crei-Sants, Barcelona. España. Esta actividad fue financiada por EUCREA y el Real Patronato; Congreso Internacional de la Asociación Chilena de Teatro para la Infancia y la Juventud, ASSITEJ, Rostov, Rusia; Seminario de Dirección Teatral, invitado a realizar la ponencia “Acerca del teatro y jóvenes”, organizado por la Organización de Estados Americanos, OEA en la ciudad de Buenos Aires. Como docente, ha realizado clases de actuación teatral en el Club de Teatro de Fernando González, Universidad Católica, Universidad de Chile, Universidad del Desarrollo, Universidad Central, Instituto Profesional Teatro Las Casa, entre otros. Ha sido jurado de: Fondo de Cultura y las Artes FONDART en cinco oportunidades y Fundación Andes. En la actualidad es subdirector ejecutivo de la Corporación Cultural Balmaceda Arte Joven y profesor del Magíster en Artes con mención en Dirección Teatral en la Universidad de Chile.

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