El cautiverio
feliz
Estaba recién titulado de la Escuela de Teatro de la
Universidad Católica y la Compañía de Teatro de ADMAPU, de la cual formaban
parte jóvenes de origen mapuche dirigidos por Domingo Colicoi, me invitaron a
colaborar en el proceso final del montaje “El Cautiverio feliz” de Francisco
Núñez de Pineda y Bascuñan, texto que narra el apresamiento de un soldado
español por parte de mapuches durante la Conquista de Chile. En su cautiverio
el protagonista de la obra, producto de los estrechos lazos que estableció con
sus captores, logra entender los altos valores de la cosmovisión mapuche, que
posteriormente en libertad, difundió entre los conquistadores.
En mi cometido como director invitado, desde mi
mentalidad de huinca “corregí”, lo que para mí eran errores de orden técnico en
este montaje, introduciendo diversos cambios en la puesta en escena. Por
ejemplo:
-
Rompí
con la simetría del escenario, ubicando a un costado de este, una tarima de
madera que mis amigos habían puesto al centro como el eje central de la planta
de movimiento.
-
Acorté
algunos relatos y bailes por su excesiva extensión y aparente faltas de
conflictos y tensión dramática.
-
Cambié
el orden de las escenas para que tuvieran correspondencia con la peripecia del
personaje protagónico.
Mi primera sorpresa fue que, en los ensayos posteriores
a mis indicaciones, los actores se
desorientaron completamente en sus desplazamientos, ya que yo, al cambiar de
ubicación la tarima que se ubicaba al centro del espacio, alteré el eje que le
daba sentido a los puntos cardinales, elemento fundamental en la cultura
mapuche. Cuando acorté los relatos y bailes, trastoqué el ritmo y sentido de
elementos que están íntimamente ligados a los rituales originarios.
Estas fueron las primeras señales que mis
intervenciones como director huinca habían alterado el profundo contenido de la
puesta en escena. Desde luego porque mis propuestas pertenecían a otra lógica.
Yo, al igual que el protagonista de la obra representada, comenzaba a entender
en forma sensible los altos valores de la cosmovisión mapuche.
Durante mi estadía en la novena región, el volcán
Villarrica entró en erupción después de varios años. Este no fue un suceso
periodístico importante; ni la televisión
ni los diarios destacaron el hecho, sin embargo para todos los
integrantes de la compañía teatral, este hecho era el comienzo de grandes
certezas y verdades profundas, propias de la tierra que se asomaba a borbotones
del caluroso cráter.
Los actores decían que los ancianos de sus comunidades
habían presentido la erupción por medio de sueños y de signos en su vida
cotidiana. Hablaban que esto no era nada más que el nuevo resurgir del “toro
dueño del fuego” que se despertaba porque arriba, en el cráter, se instalaban
“espíritus de hombres fuertes”, que había que “empujarlos” al plano celeste, al
cielo o wenumapu.
En este sentido mi viaje, y más precisamente, mi
participación en el montaje de mi amigo Colicoi, fue el comienzo de un
descalabre de mis verdades racionales. Fue una revelación importante de un
legado arcaico que estaba vivo en la araucanía.
Desde ese momento nació en mí la inquietud de indagar teatralmente en
los elementos vernáculos de nuestro continente.
El Alma de las
cosas
Zeley Mora, estudioso de culturas de origen en su libro
“Verdades mapuches de alta magia para re-encantar la tierra”, refiriéndose a la
cosmovisión indígena dice: “...es como
un gran ser vivo dotado de diversas formas de conciencia o interioridad”.
Para el mapuche cada cosa tiene su Am (alma en
mapudungún), es el postulado fundamental de esta cosmovisión. Lo mineral, lo
vegetal, lo humano, lo heroico, el mundo de los dioses, las relaciones de
pareja, las crías de animales, las estrellas y las palabras, entre otros,
producen una trama que teje una palpitante realidad que conforma este
gigantesco, activo y vital Ser que es la naturaleza. En ella, a escala y grados
diferentes, todo despide luz, todo alienta, todo vibra y se mueve o se aquieta
producto de ser un solo organismo organizado en miles de conexiones entre los
mundos y los planos íntimos, sutiles e inesperados. Así, por ejemplo si un
hombre falla a su palabra, como le ocurre a uno de los personajes del “El Cautiverio
Feliz”, algo se altera en el cielo intermedio, en el ankamapu, que hace
que, una porción de fuerza rebelde y en desorden wekufe, modifique
negativamente el destino del Universo. O bien si una mujer no pensó
positivamente de su marido, esa energía recorre los laberintos más estrechos
del subsuelo, del minchemapu, y se traduce en derrota en la guerra, en
cansancio del caballo, en fracaso económico de una transacción o en enfermedad
de sus siembras o del cuerpo.
Todos
los pueblos y culturas ancestrales americanas se ven enfrentados a las mismas
interrogantes en su existencia. Lo que va cambiando son las interpretaciones o
respuestas frente a ellas. Cómo fue creado el mundo y quien o quienes lo
crearon, de dónde viene el ser humano y cuál es su destino; son preguntas que
han acompañado desde siempre a la humanidad en su historia.
Ciertamente las culturas vernáculas, tras el contacto
con las culturas dominantes y colonizadora, como la occidental, van produciendo
sincretismos o fusiones entre las propias y las ajenas, generando cambios y
adaptaciones.
Por otro lado nuestra vida contemporánea se ha
caracterizado por un acelerado desarrollo de las tecnologías lo que ha
revolucionado todos los ámbitos de la vida social. La sociedad se ha
transformado a tal velocidad, que el hombre no ha tenido tiempo para
adaptarse constatándose que, mientras
las sociedades occidentales se adentran en la llamada “ruta del progreso”, el
hombre vive una vida de creciente de infelicilidad.
A través de los trabajos escénicos que he producido
durante estos últimos años he reflexionado acerca de la tensión que se da entre
la vida interior del hombre contemporáneo y la capacidad de comunicarse,
produciendo un empobrecimiento existencial, mientras, paradójicamente,
asistimos a una explosión maravillosa de tecnologías comunicacionales.
Pienso que en la loca carrera por el progreso, el
hombre ha ido perdiendo contacto con su ser interior y su dimensión espiritual.
Todas las manifestaciones sociales negativas, son precisamente la expresión
desesperada y desesperanzada de la crisis de la contemporaneidad. Por esta razón que nuestra sociedad vive una
dolorosa herida difícil de reparar.
Las culturas que llamamos “primitivas” de América
aparentemente no vivían este trauma. Vivieron otros por cierto, pero poseían la
sabiduría que les permitía comprender que el peligro mayor para el hombre
sobreviene cuando se rompe la armonía entre sociedad y naturaleza. Hasta hoy
día en aquellas culturas donde se vive ligado a los ancestros, se continúan unido
indisolublemente a la naturaleza, por medio de ritos, que dan sentido a sus
vidas, proporcionándoles la información necesaria acerca de su origen, la
conducta que deben observar durante su vida y lo que sucederá después de su
muerte.
La sociedad actual occidental, ha vaciado progresiva e
imperceptiblemente el contenido profundo de la vida del ciudadano común,
llenándola de metas personales, de logros materiales a alcanzar, en pos de los
cuales éste organiza su vida entera. Por esta razón se ha producido un
empobrecimiento progresivo del inconsciente privado y colectivo del hombre
moderno. La industria publicitaria ha percibido esto y por eso responde
fabricando productos comunicacionales que, con sofisticada tecnología,
promueven pseudos valores que no obstante, revelan la incapacidad de colmar el
vacío existencial en que el hombre de hoy se debate.
Al hacer estas reflexiones, no postulo por supuesto,
una vuelta a los mitos y ni la fabricación artificial de otros nuevos, lo que
sería absurdo. Pero sí creo válida la búsqueda de elementos arraigados en
contenidos provenientes de nuestras culturas originarias como la magia, el
asombro, la intuición y la relación con los antepasados. Lo que de seguro,
daría una gota de coherencia a nuestras vidas. Frente a este desafío, la
educación tendría mucho que aportar incorporando en sus materias elementos no
únicamente racionales. Hay urgencia para que la sociedad contemporánea y sus
sistemas educacionales busquen caminos éticos de sentido, haciendo posible la
reconstrucción de la indispensable relación armónica entre hombre, ser interior
y naturaleza.
Krá (La Luna)
Angela Loij, la última sobreviviente selk’nam, en el
libro de la investigadora Anne Chapman, “Los Selk’nam. La Vida de los
Onas” dice:
“... cuando los blancos llegaron a la isla, la Luna nos
predijo que seríamos sus víctimas. Desde que el mundo se ha convertido en lo
que es, el recuerdo de nuestra humillación enfurece a Luna más allá de toda
medida y a veces, de improviso, entra en eclipse. Entonces su rostro se
enrojece en la sangre de los hombres y su sombra rojiza se proyecta
premonitoria sobre la Tierra.”
Este es otro ejemplo de como una cultura originaria de
nuestro país expresa su estrecha relación entre hombre, ser interior y
naturaleza. En este caso la Luna es un elemento muy recurrente en sus relatos,
leyendas y ritos.
El mito de la creación del universo, nacimiento del sol
y de la luna en la mitología selk’nam, cultura desaparecida producto de la
acción ejercida por los colonos chilenos y europeos que desde fines del siglo
XIX ocuparon la isla grande de Tierra del Fuego, territorio que los selk’nam
habitaron durante miles de años, fue el punto de partida para un trabajo
operático denominado: “Krá (La Luna), relato musical coreográfico de un mito
Selk’nam”, escrito y musicalizado para coro, solistas, cuerpo de danza y
teatro, realizado durante cuatro temporadas, desde el año 2000. Producción que
fue realizada por jóvenes de la Corporación Cultural Balmaceda 1215 y a la
escuela de ballet del Teatro Municipal de Santiago.
(Exhibición de un trozo de la obra)
Este montaje se ha creado a partir música compuesta con
elementos vernáculos de nuestro continente y cuya puesta en escena, propuesta
escenográfica y diseño de vestuario, responden a elementos que consideran
factores identitarios de nuestros pueblos originarios como parte esencial.
A través del montaje, que no se propuso ser una simple
recreación de tipo antropológico, sino una creación artística basada en la
mitología selk’nam, entrando en contacto con algunas de las funciones
primordiales que el mito cumple en la vida humana, entre las cuales, y tal vez
la más significativa, es permite que los jóvenes interpretes y los que
asistieron a las funciones transitaran por tiempos mítico, histórico y
presente. Estos rasgos, vincularon al mito directamente con las artes
teatrales, musicales y dancísticas.
Después de haber vivenciado la comunión que se creó
entre actores, bailarines, cantantes y espectadores puedo decir que en la
actualidad hay una necesidad de acercamiento a los aspectos esenciales de la
naturaleza humana ligada a la identidad cultural y a los pueblos originarios.
En particular en esta ópera, la fuerza vital del mito del sol y la Luna motivó
a que los sesenta intérpretes y a más de 20.0000 espectadores vivenciaran el
contacto con el patrimonio y la memoria de los Selk’nam.
Hoy además del viento, que aún es capaz de susurrar las
creencias Selk´man del primer Hain (reunión sagrada de los hombres), el
matriarcado, Xalpen (divinidad subterránea) y el mito de la Luna, los jóvenes
se hacen responsables de transmitir este legado.
“A través de voces que hablan por un pueblo extinguido
y que en otro tiempo habitaran en Tierra del Fuego.
Son sus voces que hablan de una historia callada y secreta,
oculta con celo por los hombres durante milenios.
Y son ellas también, las que nos hablan del origen del
sol y de la luna,
sucesos que acontecieron al alba del mundo.”
Santiago, octubre de 2006.
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