En el centro de
nuestra era tecnológica se hallan unas personas que se autodenominan “hackers”. Se definen a sí mismos como
personas que se dedican a programar de manera apasionada y creen que es un
deber para ellos compartir la información y elaborar software gratuito.
No hay que
confundirlos con los crackers, los usuarios destructivos cuyo objetivo es el de
crear virus e introducirse en otros sistemas.
Un hacker es un
experto o un entusiasta de cualquier tipo que puede dedicarse o no a la
informática. En este sentido, la ética hacker es una nueva moral que desafía a la
ética del capitalismo que está fundada en la aceptación de la rutina, el valor
del dinero y la preocupación por los “éxitos” de resultados efectivos.
La ética del trabajo para el hacker se funda en el valor de la creatividad, y consiste en combinar la pasión con la libertad. El dinero deja de ser un valor en sí mismo y el beneficio se cifra en metas como el valor social y el libre acceso, la transparencia y la franqueza.
¿No
deberíamos transformarnos en hacker del arte y la cultura chilena para crear un
movimiento que se exprese en redes de colaboración en respuesta al canon
oficial que nos encadena a la ideología del libre mercado?
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